domingo, 6 de diciembre de 2015

612

O el tiempo discurre a demasiada velocidad o este maldito reloj marca la hora incorrecta. De repente, mañana era ayer y hoy estaba acabando. ¡Y yo queriendo romper nuestras conexiones causales!
Creo que ya lo sabes, siempre se ha dicho que cinco minutos podrían bastar para soñar toda una vida, y ya ves, así de relativo es el tiempo. Me he dado cuenta cuando he dividido el destino y aún así he dejado de tenerle miedo al que vendrá. Dicen que cuando un camino se bifurca, la vida comienza a ser la mejor cosa que se haya inventado.
Supongo que eso es dejar atrás, mirar con los mismos ojos lo que antes veías con otra mirada.
Y aun así sigo pensando que el amor es de bobos, pero hay que hacerlo cada día, que llorar es de valientes, pero te limpia el alma, y que los sueños son las expectativas del quizás, pero ahora sí.
Que el tiempo es relativo y todavía llegamos impuntuales. Que mañana será otro día y eso se escribe en tiempo futuro. Pero el futuro seguirá siendo tan incierto como el tiempo y el hoy vale por dos mañanas.
Y aun así, y con todo, y con nada, sigo buscando(te).  Porque el futuro tiene muchos nombres…

 y solo es cuestión de tiempo.



martes, 21 de abril de 2015

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Te imagino aquí. Detrás de mí. A la distancia máxima desde la que pudieras contemplarme sin ver mis reacciones. A la distancia mínima a la que yo pudiera vaticinar tu presencia.
¿Cómo eres capaz de alterar mi único músculo cordiforme sin posar un solo roce sobre mí? ¿O acaso es verdad eso que dicen de que las almas se conectan, capaces de quemar sin consumir?
Sigues ahí detrás, con las palabras retenidas como si supieras el impacto que provocan en mis sentidos. Ingenuo de ti, que aun no has comprendido la succión sensitiva que me provoca tu silencio. O quizás el límite de tu lenguaje sea el horizonte de mi mente. Ya sabes, es innecesario ver para entender lo que se puede imaginar.
Y joder, me niego a rendirme ante la mediocridad de tu silencio, esa disciplina que tienes de erotizar el lenguaje y esa ambición tan tuya de hacer discurrir las palabras en mi imaginación. ¡Maldito tu lenguaje tan matemáticamente calculado!
Y es que, para conocer tus formas, necesito desencajar nuestras conexiones causales, (esto que podríamos haber evitado si yo no hubiese comenzado a pensar en ti.) Pero ahora trato de restar las pulgadas cúbicas que nos separan. No sé que debo mostrarte, ni hacia donde me quieres dirigir (porque estoy segura de que estás ahí), así que voy a comenzar a caminar hacia adelante sin dejar de mirarte con la imaginación;
[...]  ya sabes lo que dicen, cuando no dejamos de mirar en una misma dirección, a veces pasa que la ilusión se disipa y lo real aparece.

domingo, 18 de enero de 2015

Ocho y veintitrés de la tarde, mes de enero. No importa el día, tampoco lo recuerdo.
O sí. Quizás ahora suene Supertramp de fondo porque me recuerde a tí.
Rick Davies roba para poder tocar.
Como tu tocabas con esos dedos grandes y alargados esa carátula roñida por los años que tanto te hacía volar.
"The Dark Side Of The Moon", cuántas veces repetiste la cara oculta de la luna. ¡Que ansias de libertad! Revolucionar el mundo, romper los ideales... Syd Barret y su enfermedad mental.
¡Joder, cuanto me enseñaste!
Bob Dylan adopta el apellido de Dylan Thomas. Admiración, ¿no es cierto?
Y sigo pensando en ti. En un segundo han pasado tantas cosas por esta mente endeble..
Cierro los ojos de nuevo. Lo siento, es que no puedo evitarlo. Has venido tu esta puta tarde de domingo a hacerme compañía.
¿Cómo lo sabías? ¿Cómo sabías que lo necesitaba tanto..?
Inestabilidad. Cambio. Vértigo. Pasado. Futuro. Y tu ya no estás.
Septiembre de 2008, Richard Wright deja nuestro mundo aquejado de cáncer. Espera. He dicho septiembre de 2008. Tu ya no estabas.
Pero lo dejaste en mí.
Chaikovski habla de Charlie Parker, "era un genio, pero se dejó caer en un abismo..."
Genio del jazz, el jazz..
 Joder, ¡cállate! ¿Te estás dando cuenta de todo lo que has dejado en mí?
¿Y ahora donde estás?
Mark Knoplfer ha suspendido su concierto de San Petesburgo. ¿Te encantaría estar allí verdad?
Mozart odiaba la flauta. Claro que era compositor. Pero la odiaba como instrumento solista.  
Orquesta de Mannheim, siglo XVII.
El suspiro Mannheim. los pájaros de Mannheim..
Abro los ojos de nuevo. Nueve y diez de la noche. Sigo sentada en esta cama con las piernas cruzadas y la cabeza gacha.
Ya te has ido, o a lo mejor nunca has estado..
Gracias por haber compartido este rato conmigo..
Y felicidades, allá donde estés.



jueves, 27 de noviembre de 2014

19 de noviembre [Continuará...]



19 de noviembre. 19 días ya habían pasado desde que comenzara el penúltimo mes del año. No sé si fue coincidencia, o es que realmente aquel día quería quedarse conmigo; Sí, a un mes de navidad, luces, postales, tiendas, regalos, calles llenas de gente.. De gente. Aquí me detengo.

¿Es lo mismo hablar de gente que hablar de personas?

Quizá esa fue la pregunta que me lleva atormentando desde entonces.

Había gente aquel diecinueve de noviembre en clase cuando yo entré por primera vez. Era la clase de francés, competencia escrita, para ser más exactos. Gente que ya me sonaba, caras que ya me eran familiares, todo chicas, a propósito, menos un chico. Eran eso, gente que esperaba la llegada del profesor para comenzar la clase. Y nada más.

Nada más para ellos. Ovejitas que acudían cada día a escuchar el sermón que les estuviese preparado, o a mirar por la ventana. Total, es miércoles, Poznan ha amanecido con el cielo triste, pero la gente continúa, pasea, corre, se oye de vez en cuando algún que otro claxon, tranvía 5 dirección Stomil, tranvía 18, Os Lecha..

Y yo ahí. Sentada en el ala izquierda de lo que viene a ser una clase tan pequeña que casi puedes tocar sendas paredes. Yo, desconocida para todos, la que pasea de una planta a otra de la facultad corriendo, sin conocer a nadie, sonriendo a todos. De nuevo yo, sin saber que aquel día diecinueve, aquel maldito diecinueve, me haría volver a reflexionar.

Después de aquella clase he de confesar que lloré. Lloré mucho. Siempre lloro, soy la llorona universal. Pero esta vez lo hice por instinto de vulnerabilidad, o de alegría, quizás puede que también llorase de alegría. Alegría de tener todas mis capacidades dispuestas a responder. Alegría de poder decir que soy yo, una entera. Mil defectos, sí, pero cinco sentidos y una mente capaces de luchar por mí..

Nueve de la mañana. Día diecinueve. Me levanto, me visto, y voy andando como cada día a la facultad. Putas asignaturas. ¡Por lo que me han hecho pasar! ¿Por qué tengo que ir a clase? ¿Por qué, por qué, por qué?

Y encima todo nuevo, joder. Clase nueva , compañeros nuevos... Y hace frío, y estoy cansada, y nada más, simplemente que no me apetece ir.  Pero.. tengo que ir. Sí Ana, ve. Sabes que luego te arrepientes si no lo haces.  Ve, son solo unas horas, cuando hayas acabado, ya está. Mañana será viernes. ¡VE!

Y fui. Y allí estaba yo, en el ala izquiera de esa clase tan miníscula que puedes tocar ambas paredes. Yo, que no sabía lo que supondría para mí aquel día...


sábado, 27 de septiembre de 2014

Risto Mejide, 29 de junio 2014.

“Una relación jamás se rompe. Como mucho, uno de los dos, cualquier día, constata el roto. Pero la relación ya venía rota para entonces.
Pudo romperse en un gesto, en una decisión o en una epidemia de decepción que te dejó al amor en cuarentena, en algo en un principio imperceptible e inocuo pero que a la larga acabó dejando sin aire a quien creía tener aliento para sobrevivirse a los dos. O también pudo romperse durante un proceso, lo que dura el descubrimiento de lo que creías ya conocer, y sin embargo te das cuenta de que no. Un día descubres que el claroscuro no es sólo una técnica sino una manera de entender el alma, y ese día ya te es imposible estar enamorado sin dejar de buscar la razón para dejar de estarlo.
Lo que sí te deja cualquier relación son más colores en tu paleta de sentimientos, son muchas más capas en ese cuadro emocional al que llamamos vida. Un cuadro que, como en aquel de Van Gogh en el que fue descubierta una escena de lucha bajo un bodegón, se ha ido pintando encima una y otra vez, enterrando al que un día lo llenó todo y que ahora aún está ahí, aunque ya no se pueda ni se deba estudiar. Porque lo seco que hay debajo igual no te gusta. Porque lo fresco que hay encima igual no te acaba de encajar.
Quien lo pinta no es consciente de lo que tapa. O quizás sí. Al caso, es lo mismo. De manera consciente o inconsciente, ese alguien tarde o temprano descubre que el color ya no aplica directamente sobre el lienzo blanco e inmaculado, con lo que ya la pintura no agarrará igual, pues ya nunca más volverá a ser un color sin impurezas, con lo que necesitará aplicar más cantidad para conseguir el mismo efecto, o como mucho, similar.
También verá que, sin salirse del marco, debe saberte ocupar. Eso sí que acaba siendo todo un arte. Inundarte sin que te llegue a ahogar. Esparcirse sin llegarse a dispersar. Dejarlo todo amado y bien amado.
Y uno va acumulando gamas. Y desarrollando matices. Y acumulando bocetos. Y trazos por esbozar. Sea cual sea tu estado, siempre habrá un momento en cualquier relación en el que te preguntes y qué pinto yo aquí. Y ahí es donde te empiezas a barnizar.
Un día echas de menos los tonos cálidos. Ver una peli refugiado en otra piel, alimentarte sólo de palomitas y sexo y dejar que llueva sobre el resto del mundo mientras ruge el fuego en esa chimenea que jamás tendrás.
Otro día te descubres anhelando colores fríos. Borrarlo todo, comprar nuevo lienzo, tener una nueva película que poder estrenar. Empezar de Cero, como canta Dani Martín, que más que un tema ha compuesto un himno generacional.
Y en cualquiera de los dos casos, lo que sí vas descubriendo lámina a lámina son nuevas gamas de grises. La única que jamás deja de crecer. La duda como único credo creíble. La única religión basada en la curiosidad.
Y antes de acabar el cuadro, volver a estampar tu firma y exponerte, ya sea en un museo, o en una galería comercial, no hay que olvidarse nunca del título, dejar patente ante cualquier marchante las palabras que mejor describan esta obra de arte con brocha gruesa que configura tu historial sentimental. Puedes titularlo con algo que suene a canción de Miguel Gallardo, novela de Moccia y peli de Mario Casas.
O puedes optar por un título más realista, cotidiano y vulgar.
Recién pintado.”

Risto Mejide, entrevista EL PERIÓDICO, junio de 2014.


domingo, 7 de septiembre de 2014

"Estira la boca. Hazte el favor. Contrae los mofletes, estruja el mentón, afila tus labios. Achina esos ojos. Presume de arrugas. No, con la mano no vale. Tiene que ser con la intención. Estira tu boca. Estírala ahora. Porque sí, porque tú lo vales, porque hoy es hoy. ¿Ya está? ¿Aún no?
Que te digo que estires la boca. De verdad que sí. Acerca las comisuras con suavidad hacia tus oídos, esos por los que de tanto en tanto se cuela mi voz, frecuencia que deja cada vez más secretos de confesión. Mira, ahí va otro.
Estira la boca. Y no me vengas con que te faltan motivos. Que si algún día no los encuentras, no te preocupes que los buscamos los dos. Además, cualquiera diría. Seguro que harás cosas muchísimo más absurdas todos los días por gente a la que ni siquiera conoces y que encima te da igual. Digo yo. Y sin exigir motivos a cambio. Por qué me los pides a mí. Eh. Por qué.
Estira la boca. Que sí, que dicen que es contagioso. Que ya verás. Empapa tu entorno. Inicia tú la epidemia con tan deliciosa infección. Que nos pille a todos sin vacunas. Que nadie encuentre remedio, que ni siquiera lo empiece a buscar. Huyan despavoridos los envidiosos que algún día se atrevieron a hacerte llorar. Vuelvan a sus cavernas de rabia aquellos que hicieron de tu tristeza su trofeo, su triunfo y su vergonzosa conquista. Que hoy tú vas a estirar la boca. Y con ella aplastas y aplastarás. Hoy pierden todos ellos. Porque hoy ganas tú.
 Estira la boca. Estírala ya. Pero hazlo por ambos lados. Porque estirar la boca a medias es dejar de lado la otra mitad. Abandonar la sección que quedó en la sombra por culpa de tanto traspaso emocional. Montar un fiestón con la mitad de los invitados. Y obligar a la otra mitad, simplemente, a mirar. Estirar la boca a medias no está bien, porque el aire se te acaba yendo por el lado al que no le está permitido ni emocionarse ni emocionar.
Por un momento, atrévete a estirar la boca. Puede que después de hacerlo continúes exactamente igual que hasta ahora y hayas perdido el tiempo poniendo en práctica una sencilla expresión facial.
O también puede que un día estires tu boca y de repente empiece a levantarse todo lo demás.”

viernes, 22 de agosto de 2014

R. Mejide

"Madre mía. Primer domingo de mayo. No podía ser otra fecha. Tenía que ser en domingo, es el día de ya no me llamas, ya no vienes a verme. Tenía que ser el primero, porque es la única manera de demostrarle a todas las nueras quién sigue mandando aquí. Y tenía que ser en mayo. Mes de María. Malditos curas.
Madre mía. Y ahora qué. Hoy se supone que yo debería darte alguna alegría, aunque sólo fuese una, y la verdad no se me ocurre nada que esté a la altura de lo que te mereces.
Madre mía. Te juro que estoy en blanco. Hoy me encantaría que te sintieras orgullosa, que llamaras a tus amigas y les hablaras de mi última proeza como en su día debió hablar la mamá de Urdangarín. Bueno, igual tanto no.
Hoy de pronto me siento en deuda contigo, por algo que tú jamás has reclamado, ni piensas reclamar en tu vida, ya lo sé.
También sé que no esperas ningún regalo, y sin embargo aquí estoy, a punto de comprarte unas flores. Ya ves tú. Unas flores. Qué son unas flores al lado de todo lo que tú me has enseñado. Qué son unas flores al lado de todo lo que tú no me has enseñado, pero yo sí he aprendido de ti.Aprendí a ordenar mi cuarto. Que la vida ya se desordena sola. Y seguramente, el acto de ordenar sea una ilusión de control sobre nuestra existencia. Pero cuando ordenas, tiras. Y cuando ordenas, sobre todo, guardas. Si tiras, eliminas el ruido de tu memoria. Y guardar es poner los recuerdos en el lugar que les corresponde en cada momento.Pero de ti he aprendido muchas cosas más. Tantas, que se me achican los caracteres que me quedan.Aprendí a asearme y a vestirme. Que para tener la boca muy grande hay que tener el culo muy limpio. A no hablar con la boca llena ni con la cabeza vacía. A decir la verdad, que no es lo mismo que no mentir. A despedirme, que es la única forma que existe de crecer. A comunicar, que no tiene nada que ver con hablar.
Aprendí a callar.
Aprendí que la vida es una lucha que siempre acaba igual, pero nunca del mismo modo. A que la muerte sólo es peligrosa como actitud. A no tener más amigos de los que pudiese cuidar. A tener siempre como mínimo tantos problemas como los que pudiese resolver. Aprendí que ser feliz no consiste en cumplir tus sueños, sino la última actualización de los mismos. Aprendí que nadie es imprescindible, pero que todo el mundo es irremplazable. Aprendí que cuando se es joven, lo inteligente es arriesgarse. Que si lo haces lo mejor que sabes, puedes obtener un éxito o un fracaso, pero jamás un error.
Aprendí a querer.
 
Querer de verdad, sin necesidad de ser correspondido. Querer mucho, sí, pero sobre todo querer bien. Querer sin herir ni hacer daño. O intentando provocar el mínimo dolor posible. Porque como todo el mundo sabe, cuando agarras con fuerza algo tan delicado como un corazón, eres tú el que se va a hacer daño, sobre todo cuando lo sueltes.
Compromiso. Causa. Efecto. Relación. Palabras muy grandes que me hiciste descubrir y respetar desde muy pequeño. Detalles de lo más pequeños con los que me diste las más grandes lecciones.
Madre mía. Hoy te mereces todo aquello que jamás pude darte. Las expectativas que yo mismo pusiera en mí y en mi futuro, no son nada comparadas con las cosas que hoy te daría si las tuviera.
Para empezar, te daría la razón en tantas cosas. Aunque sólo fuera para quitártela después, ya me conoces.  
Será que todavía me siento mal cuando te trato con desgana o desinterés. Cuando te digo que no puedo hablar, que tengo prisa. Cuando te digo que te llamaré y después no lo hago. Cuando te digo «ay mamá no seas pesada». Cuando finjo que no te quiero escuchar.
Ahora que lo pienso, me niego a comprarte unas simples flores.
Hoy quiero regalarte algo tan grande como esa canción de John Mayer: «Padres, sed buenos con vuestras hijas, pues ellas amarán como vosotros lo hicisteis. Algún día se convertirán en amantes que a su vez se convertirán en madres, así que madres, sed buenas con vuestras hijas también». Hoy quiero regalarte algo para que sepas que soy lo que soy gracias a ti, y si no soy lo que podría haber sido, es sola y exclusivamente por mi culpa."
 
- Risto Mejide -